Las dos naturalezas del creyente
Con frecuencia oímos expresiones como éstas: En el principio me creía salvo, pero ahora empiezo a temer que, después de todo, esto no haya sido más que una ilusión; porque, lejos de sentirme mejor me siento peor que antes de mi conversión.
En tales casos nos damos cuenta de que estas personas se hallan profundamente desalentadas al descubrir que su nuevo nacimiento de ningún modo ha mejorado su mala naturaleza. De ahí los muchos esfuerzos inútiles para mejorarla, los cuales no hacen sino agravar este estado miserable.
Las personas que se hallan en tal estado son para Satanás una ocasión propicia para lanzar sus dardos de fuego. Les sugiere que son miserables e hipócritas, profesando ser lo que no son. Les hace pensar que lo mejor que podrían hacer sería abandonar la tarea, mostrándose bajo su verdadero estado, ¡y confesar que jamás han sido convertidas!
El deseo de ayudarlas ha motivado estas páginas.
Las dos naturalezas del creyente
Desde el momento en que Dios establece un hecho en su Palabra, debemos creerlo y aceptarlo, aun cuando nuestra razón no pueda comprenderlo, o aquello esté de acuerdo con nuestra experiencia. Dios es su propio intérprete y, a su tiempo, aclarará todo al que pacientemente espera en él. Y aunque no lo haga, nuestro deber siempre es creer, puesto que Dios no se equivoca.
Antes de empezar el asunto que queremos tratar, permítame expresar mi pensamiento por medio de un ejemplo. En Juan 3: 35-36 encontramos cuatro hechos positivos y establecidos por Dios:
- El Padre ama al Hijo.
- Todas las cosas ha entregado en su mano.
- El que cree en el Hijo tiene vida eterna.
- El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.
He los cuatro hechos.
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