Cinco pueblos
El nacimiento (Lucas 2:1 a 7)
La anunciación había tenido lugar en Nazaret, pero los profetas habían predicho que el Cristo nacería en Belén (Mateo 2:4 a6; Miqueas 5:2).
Dios usa al emperador mismo, sin saberlo él, para que José y María sean llevados por el decreto del censo a subir «de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lucas 2:4).
¡Cuántos recuerdos evocaba Belén! Allí se había apagado Raquel cerca de Jacob, exhausta por la marcha y por el nacimiento de Benjamín; su sepulcro todavía subsistía allí. En los campos de Belén fue donde Rut había espigado, pobre viuda llegada de los campos de Moab para abrigarse debajo de las alas del Dios de Israel.
Allí el joven David, despreciado por sus hermanos, había guardado sus rebaños.
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En los mismos campos, los más humildes de la región, unos pastores iban a recibir el glorioso anuncio del nacimiento del salvador.
Casi seis siglos antes, los restos de la tribu de Judá, dejados por Nabucodonosor, hallaron refugio en el mesón que estaba cerca de Belén cuando huían a Egipto a casa de los Caldeos (Jeremías 41: 17).
Probablemente fue en ese mismo mesón donde no hubo lugar para el Rey de Gloria; y María, para depositar allí al niño, tuvo que contentarse con el pesebre que sin duda se hallaba en la gruta donde se abrigaba el ganado.
Con cuánta sobriedad nos describe la Palabra esta escena que ha dado lugar a tantas reproducciones demasiado espectaculares, rodeadas de una veneración casi idolatra: Dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.
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